Al
fin había sido capaz de reunir el valor suficiente y me encontraba
en la parada del autobús de la línea 6 de la ciudad. Aquel bus era
el que circulaba por el extrarradio de mi localidad y en él solían
viajar, especialmente, albañiles, pintores de brocha gorda,
mecánicos de talleres y empleados de fábricas, ya que el itinerario
transcurría por bastantes zonas con obras de nuevos edificios y
polígonos industriales. En los últimos tiempos habían salido a la
luz casos de acoso a las pocas mujeres que se atrevían a utilizar
esa línea de autobús. Tocamientos, manoseos y comentarios obscenos
se habían vuelto habituales en el interior del vehículo y las
autoridades habían desaconsejado el uso de esa línea 6 a las
mujeres, recomendándoles alguna otra línea alternativa.
Pero
yo, desde hacía años, tenía como fantasía sexual exhibirme en
público ante varios hombres y provocar que me manosearan y que me
rozaran. Mis bragas se mojaban sólo con imaginar una escena de ese
tipo y con pensar en la sensación de notar sobre mi cuerpo las manos
de desconocidos o la dureza de sus bultos pegados a mi anatomía.
Aquella
mañana primaveral decidí llevar a cabo de una vez mi fantasía. No
había clases en la universidad debido a una huelga de profesores,
por lo que calculé la hora punta de viajeros en ese bus 6 para que
éste estuviese lo más lleno posible, cuando yo me montase. Al ver
aparecer a lo lejos el autobús, respiré hondo y repasé de arriba a
abajo mi vestimenta. La parte superior de mi cuerpo estaba cubierta
por una camiseta blanca tipo “top”, que se ajustaba como una
segunda piel a mi torso y que llegaba sólo hasta la mitad del mismo,
dejando al descubierto mi vientre y mi ombligo, en el que destacaba
un piercing plateado. Debajo del “top” no llevaba sujetador de
manera que mis dos medianas y macizas tetas se dibujaban a la
perfección sobre el suave tejido de la prenda. El grueso redondel de
los pezones aparecía marcado de manera nítida, evidenciando la
ausencia de sujetador. Ajustada a mi cintura había una minifalda de
vuelo y de color negro, que tapaba escasamente mis nalgas y el inicio
de los muslos. Bajo la minifalda, un minúsculo tanga cubría mi
depilado sexo y mis piernas estaban cubiertas por unas medias negras
transparentes. Unos zapatos oscuros de tacón remataban mi vestimenta
elegida para la ocasión. Esbocé una ligera y pícara sonrisa al
verme vestida así, todo un puro caramelo para los rudos tipos que
usaban ese bus y que, a buen seguro, viajarían también ese día en
el vehículo.
El
autobús llegó a la parada donde yo esperaba y se detuvo. Subí al
vehículo, saludé al conductor y aboné el billete. El hombre no
pudo evitar poner cara de sorpresa, cuando me vio entrar. Mientras me
cobraba y me daba el cambio, aprovechó para recorrer todo mi joven
cuerpo con su mirada. El tipo tendría unos cuarenta años y a su
asombro de contemplar cómo una chica de apenas veinte años tomaba
aquel polémico bus, se añadía el de la forma en la que yo iba
vestida. Me alegré al comprobar que el vehículo iba prácticamente
repleto. Había viajeros de pie casi hasta la misma puerta de acceso,
junto al conductor. Eché un rápido vistazo y, excepto dos mujeres
de avanzada edad, los demás viajeros eran todos hombres, por lo que
las circunstancias eran tal y como me las había imaginado.
Como
pude me abrí paso entre los usuarios que estaban más cerca del
asiento del conductor y logré llegar hasta la parte central del bus.
Allí me detuve, situada entre dos hombres vestidos con un mono de
trabajo azul: había observado la forma tan intensa y descarada con
la que me habían estado mirando desde que subí al vehículo y creí
que, posiblemente, serían unos buenos candidatos para contribuir a
realizar mi fantasía. Uno de ellos tendría unos 45 años y era de
constitución bastante fuerte, con el pelo moreno y barba de varios
días. El otro era algo más joven, tal vez de unos 35 años, un poco
más alto y de pelo castaño. Cuando me situé entre ellos y de
perfil, sus miradas se clavaron inmediatamente en mí, primero en mi
rostro y luego en mis pechos marcados en el “top”. El bus iba tan
repleto que en la zona en la que yo me encontraba todos los viajeros
se hallaban apiñados los unos contra los otros, sin el más mínimo
espacio para poder moverse y con sus cuerpos inevitablemente pegados.
Lo mismo me pasaba a mí: a mi izquierda tenía al hombre maduro y a
mi derecha al más joven y sentía ya sus cuerpos fundidos con el
mío. Me agarré con la mano diestra a una de las barras de sujeción
del vehículo y éste comenzó a circular de nuevo. Inmediatamente,
debido al trajín de los movimientos del vehículo, noté cómo el
contacto de los cuerpos de ambos desconocidos se hacía más patente.
En mis muslos sentía el roce de las piernas de los dos hombres y el
del bulto de ambos en mis caderas. Dentro del bus hacía calor y
dicha sensación aumentó para mí como consecuencia de la situación
que estaba experimentando. Tengo que reconocer que, al principio, me
encontraba un tanto nerviosa, pero ese nerviosismo comenzó a
desaparecer tan pronto como me percaté de que la dureza de la
entrepierna de los dos tipos crecía segundo a segundo. Cada frenazo,
cada nueva arrancada del autobús provocaba que el paquete de ambos
se restregase por mi mi cintura y por el inicio de los muslos. Mi
excitación iba a más, pero quería y debía disimularla, para no
parecerles a los desconocidos desde un principio una presa fácil.
Cuando
quise darme cuenta, sus cuerpos estaban ya pegados por completo al
mío. El vehículo se encontraba detenido en un semáforo y, pese a
ello, ambos continuaban con el restriegue tranquilo y disimulado de
su entrepierna. Era más que evidente que ya no se debía al
traqueteo del bus, sino que era algo intencionado. Me resultó
delicioso comprobar cómo la dureza de las vergas se incrementaba
lentamente, mientras rozaban mi anatomía. Los ojos de los tipos no
paraban de mirarme las tetas y, especialmente, los pezones, que se
marcaban completamente tiesos sobre el fino tejido del “top”. Fue
entonces cuando el hombre más maduro giró un poco su cuerpo y logró
situarse casi cara a cara conmigo. Sentí el calor de aquel velludo
torso, descubierto casi hasta la mitad por la abertura que la
cremallera semibajada del mono azul había creado, y aguanté un
suspiro al percibir la piel desnuda del hombre sobre mis dos senos.
De
repente, noté cómo el otro individuo había sido capaz de colocarse
detrás de mí y ponerme su bulto pegado a mi trasero. Como si los
dos estuviesen perfectamente sincronizados, empezaron a moverse con
parsimonia contra mí. Por delante, el de más edad se rozaba
continuamente y se envalentonaba cada vez más al ver que yo no hacía
nada por impedirlo. Por detrás, el más joven se entretenía
haciendo pequeños círculos sobre mi culo, desplazando por él una y
otra vez todo su paquete escondido aún bajo el mono azul. Cuando el
bus llegó a la siguiente parada, las otras dos mujeres que viajaban
dentro se bajaron y me quedé ya como al única fémina en el
interior del vehículo. Subieron algunos pasajeros más, por lo que
la sensación de apretura y de agobio permanecía intacta. Ni
siquiera al detenerse el autobús los dos hombres pararon en sus
acciones y, tras reemprender la marcha, ambos tipos dieron un paso
más. Una de las manos del que estaba detrás de mí se posó sobre
mi cadera izquierda. El hombre continuaba restregándose contra mis
nalgas, pero ahora también la mano me rozaba con movimientos
descendentes y ascendentes. Una de esas veces la mano bajó hasta mi
muslo y sentí el tacto de los dedos sobre mi media. Los dedos subían
y bajaban por el muslo, amenazando con meterse de un momento a otro
bajo mi minifalda, cosa que no tardó mucho más en suceder. Pronto
noté cómo los dedos se deslizaban bajo la prenda y alcanzaban la
cinturilla de mi tanga.
El
hombre que tenía delante de mí no se contuvo tampoco y colocó sus
manos sobre mis pechos. Empezó a jugar con ellos sobre el “top”,
tocándolos despacio. Mire´al resto de viajeros que había cerca y
algunos parecían no haberse percatado de lo que allí estaba
sucediendo; otros, por el contrario, seguían atentos con la mirada
el devenir de los acontecimientos. El saber que varios desconocidos
más contemplaban el manoseo al que estaba siendo sometida me excitó
todavía más y percibí enseguida cómo mi tanga empezaba a
humedecerse. También debió notar dicha humedad el individuo que
tenía la mano bajo la minifalda, pues fue desplazando la mano hasta
mi entrepierna y allí la detuvo unos segundos. A continuación,
comenzó a rozar con un dedo mi raja vaginal sobre la prenda íntima,
trazando sobre ella un hábil movimiento que la recorría desde la
parte inferior hasta la superior. Tras unos instantes sacó el dedo y
se lo llevó a la nariz para aspirar el aroma de mis flujos. Luego
acercó su boca a mi oído y me susurró:
Guardé
silencio, pero no pude dejar escapar un leve gemido de placer, cuando
el hombre volvió meter su dedo en mi entrepierna y apretó con él
sobre mi manchado tanga. El tipo de delante se centró, entonces, en
mis pezones. Los aprisionó entre sus dedos sobre la camiseta y
comenzó a friccionarlos. Sentir mi sexo y mis pezones acariciados y
manoseados a la vez me encendió sobremanera. Esa sensación de ardor
se incrementó cuando el hombre empezó a tirar de mis tiesos
pezones. Un segundo gemido, más fuerte que el primero, salió por mi
boca, atrayendo todavía más la atención del resto de viajeros.
Algunos de éstos se apretaron más alrededor de nosotros para seguir
lo más cerca posible el desarrollo de la escena.
Fue
en ese instante cuando el tipo de delante comenzó a bajar lentamente
mi “top”. La primera reacción mía fue instintiva y coloqué las
manos sobre la prenda para tratar de impedirlo. Pero el individuo
hizo una segunda intentona a la que ya no me opuse. Con mi corazón
latiendo a mil por hora, sabedora de que mis tetas estaban a punto de
quedar totalmente desnudas delante de aquellos hombres, el
desconocido bajó el “top” hasta que mis senos fueron
apareciendo: primero el inicio de las areolas, luego los pezones y,
finalmente, las restantes zonas de los pechos. Todo quedó al aire y
el “top” bajado hasta la cintura. Sentí cómo no sólo la mirada
del desconocido, sino también la del resto de viajeros se clavaban
en mis desnudas tetas, momento que aprovechó el hombre de detrás
para apartar ligeramente mi tanga. Inmediatamente después noté la
mano del tipo colocada sobre mi sexo y cómo comenzaba a restregarlo
ella. Mi coño palpitaba de placer, mis labios vaginales estaban
empapados e impregnando de humedad la mano del hombre. Segundos más
tarde el hombre se envalentonó más y sus manos fueron deslizando el
tanga por mis muslos hasta llegar a los tobillos. Levanté un pie y
luego el otro y permití que el tipo me sacara del todo la prenda.
Giré la cabeza y vi cómo el individuo que tenía mi tanga se lo
llevaba a la nariz y lo olfateaba en repetidas ocasiones. Luego se lo
entregó a uno de los tipos que se había acercado y que extendía el
brazo, queriendo tomar en su mano mi prenda. También la olió y
gozó con el olor de la humedad que lo impregnaba. Ése fue sólo el
inicio: el tanga fue pasando de manos en mano entre quienes se habían
arremolinado alrededor de mí y de los dos hombres que me tocaban y
rozaban desde el principio. Finalmente, perdí de vista la prenda:
alguno de aquellos tipos debió quedársela como una especie de
trofeo o recuerdo de la chica a la que estaban manoseando y que se
encontraba semidesnuda.
Lo
siguiente que noté fue cómo el hombre de detrás me subía la
minifalda hasta la cintura y exponía mi sexo a los ojos de todos. Se
puso en cuclillas y comenzó a lamer mi coño con la lengua de manera
lenta pero incesante. Gemí de placer y lo hice más cuando el
desconocido de delante empezó a chupar mis duros pezones. Los
aprisionó entre sus labios y tiró de ellos con muchas ganas, como
si quisiera arrancármelos. Me invadió al mismo tiempo una sensación
de placer y de dolor que provocaron que mi excitación alcanzara
grados insospechados. Ya no había marcha atrás: estaba a merced de
aquellos dos tipos y del resto de mirones. No tardé en notar otras
manos acariciando y manoseando mis muslos, mis caderas y mis nalgas:
los demás hombres se estaban uniendo a la “fiesta” y el
conductor del autobús se desvió del trayecto normal y detuvo el
vehículo en una bocacalle sin tráfico. Pensé que se había
percatado de lo que estaba ocurriendo y que cortaría todo de raíz
para mantener el orden, pero me equivoqué por completo: se levantó
de su asiento, se abrió paso como pudo y se situó cerca de donde yo
estaba. Contempló, deseoso, mi cuerpo, se llevó la mano a la
bragueta del pantalón y la bajó entera. Metió la mano entre la
abertura creada, apartó su bóxer y se sacó la polla. Mientras
observaba con detenimiento mi sexo, comenzó a agitar su miembro, que
se fue empalmando hasta quedar totalmente tieso e hinchado.
Sucesivamente otros hombres imitaron la acción del conductor y
fueron liberando sus respectivos penes para comenzar a masturbarse.
Me vi, enseguida, rodeada de una decena de vergas gordas, venosas y
palpitantes que aquellos tipos no dejaban de agitar. Empecé a sentir
el roce de las pollas en mis muslos sobre las medias, en mis glúteos
y el las ingles. Suspiré de placer al sentir dichos roces y la
manera en que los húmedos glandes iban mojando mi cuerpo allá por
donde pasaban. Poco a poco el intenso olor a polla húmeda fue
invadiendo la zona del bus en la que me encontraba y, de pronto, noté
cómo por la raja de mi culo se deslizaba el falo tieso del hombre
que llevaba situado detrás de mí desde que subí al autobús. Aquel
pene recorría toda la longitud de la raja, restregándose entre mis
dos nalgas. Intuí lo que vendría a continuación y acerté de
pleno: unos segundos más tarde el tipo separó con sus manos mis
glúteos, abrió de par en par mi orificio anal, escupió saliva un
par de veces sobre él y comenzó a meterme despacio la polla. No
tardé en sentir la punta de aquel miembro penetrando por el interior
de mi trasero. Centímetro a centímetro se me fue clavando hasta que
quedó totalmente encajada. Suspiré y gemí fuerte de placer y lo
hice más todavía cuando el individuo sacó parcialmente la verga y
volvió a hincármela dentro, dando inicio a un continuo bombeo. Los
otros hombres seguían manoseándome a su antojo, rozando sus vergas
con mi cuerpo y otros pajeándose cada vez a mayor velocidad. El tipo
que estaba delante de mí acarició mi coño con la mano y luego
apuntó su polla hacia mi vagina. Me la introdujo casi de golpe, con
un violento arreón que provocó que yo gritara de dolor pero también
de gusto.
El
sentirme penetrada a la vez por ambas vergas hizo que enloqueciera:
con cada una de mis manos agarré al azar sendos penes de los hombres
que tenía a mi alrededor y comencé a agitarlos. La cara de placer
de los dos afortunados era más que evidente y rápidamente la
humedad del glande de cada polla pringó de flujo la palma de mis
manos. Continué machacando aquellas vergas con ganas, al tiempo que
los dos que me follaban aumentaban el ritmo de penetración. De
manera frenética mi culo era invadido incesantemente por una polla y
mi sexo por la otra. Mi coño chorreaba ya los fluidos íntimos, que
resbalaban por la cara interna de mis muslos mojando la blonda de las
medias.
De
repente, el conductor del bus comenzó a gritar y a gemir como un
loco, a la ve que se pajeaba de forma salvaje. Acercó su verga a mi
costado, se la agitó un par de veces más y soltó varios chorros de
semen caliente sobre mi piel. Uno de ellos, muy potente, alcanzó una
de mis tetas, llenándola de líquido blancuzco. No tardó en
correrse otro de los hombres, que me dejó la media de la pierna
derecha llena de esperma caliente. Aceleré, entonces, mis
movimientos manuales, agitando las vergas desde la base hasta la
punta. Los testículos de aquellos tipos se bamboleaban sin control
al ritmo marcado por mis manos. Apreté fuerte, sacudí los dos
miembros varias veces más y, de forma casi sincronizada, primero la
polla que tenía en mi mano izquierda y luego la que agarraba con la
derecha explotaron de placer, soltando varios chorros de leche que
impactaron en mi cuerpo y que fueron resbalando por las medias hasta
los pies. Quienes ya habían eyaculado aprovechaban para extender por
mi anatomía todo el semen que había sobre ella. Los demás
siguieron masturbándose hasta que uno a uno se corrieron de gusto.
Sólo
quedaban ya los dos hombres que me penetraban y, a tenor de sus
gritos y jadeos, estaba claro que pronto alcanzarían el clímax.
Sentí tres fuertes embestidas contra mi culo y una cuarta con mucha
vehemencia. Lo siguiente que noté fue el calor del semen llenando el
interior de mi trasero. No tuve que esperar mucho tiempo más para
que el otro hombre inundara de leche mi coño tras machacar su
miembro duramente contra mi vagina. Durante todo el tiempo que había
durado la penetración de ambos yo había alcanzado tres orgasmos y
creí que con la corrida del tipo en mi coño el juego había
finalizado. Pero todavía me quedó chupar y lamer una por una la
polla de todos los que se encontraban allí, en el interior del bus.
Las saboreé y succioné con tantas ganas que todos aquellos
desconocidos volvieron a eyacular, en esta ocasión dentro de mi
boca. Yo me bebí y tragué gustosa cada gota de semen que iba a
parar a mi cavidad bucal.
Quedé
agotada, exhausta, y los hombres también.
El interior del autobús
olía a sudor, a sexo, a semen, a flujos, a una amalgama de aromas
que despertaría el instinto sexual hasta de un muerto. Como pude,
recompuse mi vestimenta y me limpié un poco. Y así, despeinada y
sudorosa, apestando a semen por todos lados, me bajé allí mismo del
bus, antes de que éste se reincorporara a su ruta normal llevando a
bordo a aquellos tipos que hicieron realidad mi fantasía.